HISTORIA GENERAL DEL VALLE DE TURÓN


 Este artículo ha sido realizado por Manuel Jesús López “Lito” (https://historiadeturon.com), puede visitar el artículo original haciendo click en la imagen o aquí

Desde el punto de vista geográfico cabe decir que el valle de Turón ocupa la parte sureste del municipio de Mieres. Recibe el territorio tal denominación del rio Turón que nace en la fuente del Texu, situada en los montes de Urbiés por encima del pueblo de L ‘Agüeria el cual, después de recibir el tributo de numerosos arroyos y riachuelos por ambas márgenes, entrega sus aguas al rio Caudal en Figaredo a la altura de la Vega Piqueros. Está orientado según la dirección Este-Oeste y su extensión está próxima a los 49 Km2. Limita al septentrión con los cordales de Polio  y La Salencia; la parte meridional la confina el murallón ininterrumpido de L.longalendo y Navaliego, mientras que hacia el oriente, que es la cabecera del Valle, está cerrado por los montes de Urbiés. Cimas destacadas de estos macizos montañosos son Burra Blanca, cota de 1141 metros sobre el nivel del mar que, a su vez, es la más elevada del concejo, Cutrifera (1.064 metros) y Polio (1.050 metros).Finalmente, decir que la parte abierta del Valle se sitúa a la altura de la iglesia de Santa María de Figaredo y aquí hay que emplazar su límite a Poniente, aunque, desde el punto de vista geológico, habría que trasladarlo unos metros más allá donde el río Turón entrega sus aguas al río Caudal.

Si nos atenemos a consideraciones cartográficas y teniendo en cuenta el meridiano de Greenwich como referencia, se puede situar el valle de Turón entre los meridianos 5º 37’ 20’’ y 5º 47’ 1’’ longitud Oeste, y entre los paralelos 43º10’ 50’’ y 43º 13’ 51’’ latitud Norte.

Pasando al aspecto poblacional, parece ser que en el Muesteriense (Paleolítico) el hombre primitivo penetró en Asturias procedente del Este. Esta fase está comprendida entre el último período interglaciar y la postrera glaciación (milenio IX antes de nuestra era). Según avanza esta, se van poblando las cuevas de Asturias que ofrecía una buena protección contra un clima desfavorable en extremo. La leyenda, más que la historia, nos habla de ese largo periodo que va desde  el abandono de las cavernas hasta las invasiones célticas. En el periodo Asturiense (milenio IV a. de C.) este individuo comenzó a vivir  a la entrada de las cavernas y en la Edad de Bronce (siglo a. de C.) ya se explotaban las minas del Aramo por unos hombres que tenían como ocupación ordinaria el pastoreo estacional. Aquellos hombres prehistóricos, al tiempo que apacentaban sus rebaños, practicaban una rudimentaria agricultura. De esta etapa son algunas aportaciones lingüísticas a la toponimia del valle de Turón como Cuitu, Cabana o Carrascal. La relativa tranquilidad en que vivían se vio interrumpida con la llegada de los celtas hacia el siglo IV antes  de nuestra era. Se trataba de unas tribus bárbaras y aguerridas, celosas de su libertad que comenzaron a instalarse en unas viviendas de planta circular, situadas dentro de un recinto amurallado, llamados castros de los que en nuestro valle quedaban algunos vestigios (La Llana ‘l Rebullu, Escucha, Sarabia,…). Las contribuciones lingüísticas de esta cultura son los vocablos Candanal, Veiga  y otros relacionados con sus creencias religiosas como Tablao y Bárcena. Después  vino la invasión romana que se produjo unos pocos años antes del inicio de nuestra era. La población aborigen fue desplazada de los cerros donde habitualmente vivía, a otros lugares que,por su ubicación de mayor accesibilidad, permitía un mejor control sobre ella. La romanización que fue lenta dio lugar a la formación de las “vilas”,extensas granjas agrícolas con un propietario (posesor) a cuyo servicio había un considerable número de siervos con sus respectivas familias. Así nacerían nuevos enclaves en el Valle como Vil.laño, Vil.labazal y Vil.lapindi (según la grafía actual de la Academia de la Llingua asturiana).

En el siglo V se desmembró el imperio romano y otro pueblo invadió  la península ibérica: los visigodos que se mantuvieron hasta comienzos  del siglo VIII. Con la llegada de la Iglesia cristiana a Asturias hacia el siglo VII, se va adoptando  el término parroquia como unidad administrativa, que provenía en muchos casos de la vila romana correspondiente. El valle de Turón se dividió en la de San Martín con base en La Felguera que comprendía desde los montes de Urbiés hasta el arroyo de Santa Marina, y la de San María de Piñuli que abarcaba el resto del Valle extendiéndose, incluso, fuera del mismo hasta  el río Caudal, y teniendo por límites al  sur La Peñona y al  norte la localidad actual de Santullano.

“El año 711 marca el comienzo de la invasión musulmana a nuestro suelo patrio y el desmembramiento de la monarquía  visigótica. Aquellas huestes, procedentes del África septentrional derrotaron a D. Rodrigo en la batalla del Guadalete y avanzaron rápidamente hacia el norte saqueando y destruyendo todo lo que encontraban a su paso para minar la moral de la resistencia. Alguien dijo: Alá había infundido el temor en el corazón de los infieles. En estos tiempos de subyugación, algunos cristianos que defendían con firmeza el mantenimiento de la fe, eran escarnecidos  e, incluso, sacrificados. Y cuando algunos de estos mártires caían eran recogidos por sus hermanos de credo que, con gran veneración, los transportaban  y escondían, sepultándolos en lugares secretos; en ocasiones extremas se veían obligados a traslada sus restos a lugares más seguros para evitar las profanaciones. Este parece ser el caso de un grupo de frailes benitos que, junto con otros cristianos, se desplazaron a las tierras del Norte de España huyendo de la barbarie sarracena. Como tantos, atravesaron el  gran murallón de los montes Erbáseos. Cruzaron profundos desfiladeros y, vadeando ríos y colinas, alcanzaron un punto desde el que se dominaba un valle estrecho, selvático, dotado de espesa vegetación. Era un lugar próximo a los 800 metros de altitud, al pie del monte Polio,donde aquella comunidad religiosa decidió  fundar un monasterio y la correspondiente iglesia. Portaban consigo  un arca con algunas reliquias de los niños mártires Justo y Pastor” (fragmento de la página 28 de mi libro “Informaciones del Turón antiguo”). Se ha dicho repetidas veces que el poblado que surgió alrededor de este templo (San Justo) es, no solo el más elevado  sino  también el más antiguo del concejo de Mieres.

La Monarquía  Asturiana,  que surgió, automáticamente, como un mecanismo de defensa ante la invasión de los mahometanos, utilizó a la Iglesia como un elemento de cohesión necesario para expulsarlos.  Los reyes de Oviedo,  dentro del territorio reconquistado a los  sarracenos, comienzan a distribuir tierras entre sus colaboradores más próximos (condes, etc.). Con el tiempo, tanto unos como otros, también  cederán a la Iglesia, a través de sus diversos organismos, numerosos bienes a modo de legados testamentarios con el fin de asegurar sufragios a favor de la propia alma o la de la  de sus  parientes más cercanos. El documento más antiguo que hace  referencia al   valle de Turón es  del mes de abril del año 857  y corresponde al testamento del rey Ordoño I  por el cual, entre otras disposiciones, dona  a la Basílica del Salvador,” las iglesias de San Martino de Turón, de San Andrés y de los santos Justo y Pastor en Polio”.

El carácter de estas concesiones y otras semejantes son con toda probabilidad el origen del extenso patrimonio eclesiástico en el Valle. La tierra, principal fuente de riqueza, va a pasar en buena medida   por    este conducto,  al estamento religioso y así se explica que  en los siglos siguientes aparezcan como principales propietarios del valle de Turón, los señoríos  del monasterio de San Vicente de Oviedo y de la colegiata de San Isidoro de León.  A comienzos del siglo XII la yuguería irá sustituyendo a la antigua “vila”, siendo el origen de la tradicional casería, institución  básica  del campo asturiano hasta los tiempos contemporáneos.

Durante los siglos IX al XII ciertos diplomas hacen mención al territorio de las Somozas, dentro del cual se integra el valle de Turón). De su lectura deducimos antiguos propietarios en este período como María Analso, Rodrigo García, María Martíniz, Suero  y TarasiaMartíniz, Fernando Pérez, Giraldo, García Martínez, Martín Martíniz y María Johannes otros (ver “Informaciones…” págs. 33 a 38 y “En busca del Turón perdido” págs. 23 a 32).

A partir del siglo XIII, los monarcas castellanos  van repoblando las zonas que van quedando alejadas de los escenarios de lucha contra los musulmanes como es el caso de Asturias. Así es como se constituye el concejo de Lena en 1266 por privilegio otorgado por el rey de Castilla Alfonso X el Sabio, dentro de cuyo alfoz se ha de encuadrar el valle de Turón. Pero los bienes de realengo no solo son donados  a la Iglesia de Cristo, como ya hemos visto, sino también a la Nobleza cuando el monarca de turno en su lento avance hacia el sur tiene que recompensarla por su ayuda en la lucha contra el invasor islámico. Ello explica que en el valle de Turón aparezcan desde el siglo XV otros poseedores de la tierra  que en lo sucesivo han de rivalizar con el Clero en cuánto a poderío económico se refiere.

Coincidiendo con el nacimiento de las estructuras municipales desaparecen los siervos transformándose en colonos o arrendatarios de la tierra que en gran parte detentan los dos estamentos capitales   de la sociedad feudal ya señalados. Uno de los nuevos propietarios oriundo de la capital del concejo   creará  la Casa de Figaredo: Este mayorazgo se erigió en 1646 y procedía de una baronía salida de la Casa de Quirós. Su fundador, Diego Bernaldo de Quirós era hijo de Sebastián y de Antonia Lorenzana y nieto de otro Sebastián  casado con Catalina de Miranda, todos ellos vecinos de Pola de Lena. Diego, que fue regidor perpetuo del concejo, tuvo tres esposas pero de las dos primeras no tuvo sucesión masculina; en cambio, la última, María de Valdés Alas, le dio los siguientes hijos: Sebastián, Diego, Manuel  y Francisco (extracto de la página 59 de la obra “Informaciones…”). Desde el palacio situado a la entrada del Valle se dedicaban a administrar y controlar su extenso patrimonio, que se extendía por Villabazal, La Felguera, Castañir, Misiego, Villaño, Arnizo y Urbiés, donde  tenían otras tantas caserías en  calidad de arriendo. El otro aristócrata del contorno, conocido más tarde como   vizconde de Heredia, procedía de La Alcarria. Uno de sus miembros, Bernardo de Heredia  llamado “el viejo”, inició en 1545 una carrera de adquisiciones  en el antiguo concejo de Lena y, en particular, en el valle de Turón en su parte baja, quiere esto decir, la franja comprendida entre Peñule y, una de las pocas zonas que, precisamente, no estaba copada por la Casa de Figaredo. Este mayorazgo fue instituido por Alonso de Heredia, hijo de Bernardo, en 1587, aprobado por real facultad de Felipe ll(notas extraídas del libro “En busca del Turón perdido” pág. 70). El vizconde de Heredia, estableció su centro de poder en una loma de Santullano (Villarejo) donde construyó el correspondiente palacio.

La casería era una especie de patrimonio familiar que no podía ser fragmentado  bajo ningún concepto. Mediante el sistema de heredero único, al primogénito  o mayorazgo, se le mejoraba de tercio  y quinto con lo que su dominio siempre permanecía  con unos límites muy precisos. En un principio las caserías estaban en manos de los grandes detentadores de la tierra ya señalados pero ya en el siglo XVI, aparte de aquellas, había otras que eran propiedad de determinados labradores y de las que, escasamente dos docenas tenían una extensión entre tres  y diez hectáreas. Estaban regentadas por ciertos propietarios- que formaban parte de una reducida clase media-a los que se les catalogaba de “ricos”, según la terminología local, pues eran autosuficientes en su producción anual, lo que les permitía vender sus excedentes. Por contra, la mayoría de la población tenía escasas pertenencias con las que malvivía, a los que  una mala cosecha  sumía en la miseria más absoluta y, luego, estaban los arrendatarios que aún vivían peor, pues su trabajo anual apenas les servía para cumplir los compromisos contractuales con sus amos, es decir, la Nobleza y el Clero ya señalados. Finalmente, hay que citar a los jornaleros y a los pobres de solemnidad, que completaban el cuadro social.

Agonizaba el llamado “siglo de las luces” y nadie sospechaba que pronto iban a producirse en el territorio pequeños movimiento en el aspecto económico  que, a la postre, habían de derivar en otros de mayor envergadura que convulsionarían la existencia de sus habitantes. Ocurrió esto cuando un grupo de mercaderes tocó la tiera de nuestros ancestros, perforó el virginal tapiz y hurgó en su interior. Entonces, profirió la frase mágica:¡Esto es oro! Semejantes palabras sonaron atronadoras en sus oídos y llenaron de codicia sus corazones. Comenzó entonces  la apertura de surcos y se abrieron nuevos hoyos en el vientre de la montaña.

Con la llegada del siglo XIX los aires de la Revolución Francesa van a producir cambios  fundamentales en la sociedad española. Será este un proceso lento y salpicado de serios contratiempos, pero a la larga ocasionará una gran transformación con las medidas liberales adoptadas, como los fenómenos desamortizadores de Mendizábal por un lado, que intervienen una parte de los bienes eclesiásticos, y por otro, las nuevas normativas jurídicas que afectarán a la condición de mayorazgo  acabando  por desaparecer. No podemos pasar por alto otro hecho muy importante que se produce finalizado el primer tercio de la nueva centuria: formación del nuevo concejo de Mieres por segregación del de Lena 2 de enero de 1837). Y el valle de Turón pasará a formar parte del nuevo municipio.

En este tiempo, la llegada de la Revolución Industrial trae consigo la aparición de las máquinas, el trabajo en cadena y la elaboración de los productos manufacturados. Es la época del surgimiento del capitalismo, una nueva forma de explotar al pueblo, que reemplaza a la antigua nobleza. Pero para poner en movimiento las  fábricas es vital  el uso de combustibles sólidos, vale decir, del carbón, y aquí entra en escena nuestro valle, pues Turón atesora en su  interior unos yacimientos de hulla de especial relevancia, según confirma el detallado estudio que el ingeniero alemán Schultz, dejó patente en su “Descripción geológica de la provincia de Oviedo” publicada en 1858.No obstante, como los cambios en este país siempre han sido lentos, al comenzar el último tercio de la centuria, la  distribución de la tierra era similar a la de siglos anteriores y, aparte de los estamentos poderosos, existían ese puñado de grandes propietarios que ahora obedecían a los nombres de Matías Fernández-Prieto de Fresneo, Francisco Fernández de la Llanapumar, Juana García de la Llera de Peñule, Eustaquio Álvarez de Villabazal, Francisco Martínez de Vega de Villapendi, Benito González de Enverniego y José Fernández “el mayorazu” de Villaño.

Como hemos dejado entrever más atrás, desde finales del siglo XVIII pequeñas concesiones mineras habían realizado una incipiente explotación carbonera en el Valle con medios absolutamente artesanales. En 1801 ya se transportaba mineral de Turón a esta factoría (talleres de cañones de fusil  y bayonetas de Mieres que funcionaban como una sección de la Fábrica Nacional de armas de Oviedo) por medio de carros de bueyes, encargándose del suministro el contratista D. Zenón R. Somodevilla, que tenía a su cargo a varios carreteros: Andrés Argüelles, Francisco Lobo, Francisco Muñiz, Juan Díaz, Matías Díaz, Diego Álvarez y Miguel González (extracto de las págs. 217 y 218 de “Informaciones del Turón antiguo”). En 1845 aparece el primer registro minero publicado en el Boletín Oficial de la Provincia. Se trataba de la mina “Escribana”, situada en términos de Cabojal y lo realizó José Martínez de Vega. Algún tiempo después, en 1867, en terrenos de Cortina, Vicente Fernández, natural del caserío  La Pena ‘l Padrún de Figaredo, funda el “Coto Paz”. Vicente estaba casado con María Martínez de Vega, que era la dueña de los terrenos y sobrina del anterior. Estas consideraciones nos permiten afirmar que los fundadores de “Minas de Figaredo” eran descendientes del linaje autóctono más importante de nuestro valle: los Martínez de Vega. Ellos mantenían, desde siglos atrás, extensas parcelas de terreno en el territorio y una de sus ramas, a través de María, hija de Francisco Martínez de Vega, nacido en S. Justo y vecino de Villapendi iniciaron a gran escala explotación de los yacimientos carboníferos de la parte baja del valle (tengamos en cuenta que esta  empresa ya facturaba   20.000 Tm. anuales en 1890). Mientras tanto, en el resto del territorio se continuaba registrando minas y creando nuevas concesiones (Progreso, Fortuna…) pero con escaso rendimiento. Al comienzo del último tercio de la centuria  realizaba trabajos de cierto interés principalmente la “Sociedad Hullera y Metalúrgica de Asturias”, sobremanera de preparación y alguna pequeña explotación. En el paraje “Las Caciones” se beneficiaba la capa “Taza de Oro” transportando el mineral hasta Santa Marina por medio de un cableario; también se extraía el carbón en la mina de Repedroso, la que más tarde se denominaría “capa 7” de la que se obtenía un cok de excelente calidad (extracto de la pág. 193 de” Informaciones…”). Después, vendrían otras empresas (Dionisio Pinedo, y cía., José Menéndez  y compañía) pero todas ellas se encontraban con las grandes dificultades  para trasladar el mineral a los centros de consumo. Las malas comunicaciones eran unos de los grandes problemas y para mejorarlas se necesitaba realizar una inversión importante. Llegamos así al año 1890 cuando, se constituye” Hulleras de Turón S. A.” con capital vasco comenzando una nueva época en la historia industrial de este territorio. La nueva Sociedad adquiere las minas  abiertas en ese momento en  la parte media  y alta del Valle ( aparte de las citadas, las de Salvador Pujó, Sociedad  Hullera  y Metalúrgica Belga, Justo Mata  y Merlier) haciéndose dueña de una superficie cercana a las 5000 Ha, en la que estaban incluidas las pertenencias  de la Nobleza ,ya descritas más atrás, y muchas de los grandes y pequeños propietarios rurales que, a partir de entonces, vieron  sensiblemente  mermado su patrimonio.

La Compañía, como se la conoció desde un principio, venía dispuesta a extraer hasta el último átomo de carbono del  monumental filón y en 1894 obtuvo la primera producción evaluada en 78.143 Tm de hulla bruta procedente de los grupos de San Pedro, San Vítor y Santo Tomás. Las labores mineras se fueron desarrollando con grandes dificultades debido al escaso número de obreros que había al principio, pero la Empresa, consciente de este déficit pronto canalizó hacia Turón una legión de obreros procedentes de los más variados puntos de la Península.

Aquel conglomerado de forasteros ,poco a poco, fue incorporando  a la vida local, ideas diferentes, formas distintas que aportar a los momentos de ocio que, en suma, eran una copia de lo que se realizaba en cualquier villa o ciudad española desde hacía bastantes años, lo que hizo a la sociedad turonesa ir evolucionando al aprovechar  intervalos de bonanza económica, caso de la primera Guerra Mundial en que España quedó fuera del conflicto y el oro negro nacional no sufrió la tradicional competencia del carbón inglés por ser el Reino Unido uno de los países beligerantes. Los  llamados    “felices años veinte” también lo  fueron  para Turón ,pues  ese tiempo  corresponde a la     llegada   del  cinematógrafo, del primer equipo federado de fútbol  (el Club Deportivo Turón), del Ateneo Obrero, de la Banda de Música y de la Coral Polifónica de 90 voces con su academia propia que permitía iniciar en el solfeo a niños  y  niñas, potenciales integrantes de la agrupación en un futuro cercano. Ello fue posible gracias a emprendedores que han pasado a ocupar  un lugar  preferente dentro del marco de nuestra historia, como Froilán Álvarez, Sandalio Suarez, el lasaliano Hno.  Claudio Gabriel y a los benefactores de aquellas instituciones como  Rafael del Riego, ingeniero-director de Hulleras de Turón, y  Bernardo Aza, dueño de la mina “Fortuna”.

Pero no corrían buenos tiempos para la paz en aquellos años treinta. Miguel de Unamuno, el intelectual de más prestigio del momento y buen conocedor del carácter hispano, había alertado de aquel peligro cuando manifestó que “España es la tierra por la que, desgraciadamente, cruza errante la sombra de Caín”

Y la sombra de Caín oscureció el cielo de la piel de toro a mediados de julio de 1936.

Con el país convertido en una auténtica escombrera a causa de la Guerra Civil, el nuevo régimen que surgió de ella, arrasó con la mayor parte de aquellas instituciones. Lo único que a toda costa se procuró salvar fue la producción hullera que, por ser fuente energética básica, era de vital importancia  para evitar que se paralizasen los sectores fabriles de la nación, ya que el aislamiento internacional a que estaba  sometido el gobierno, impedía cualquier  posibilidad  de importación. Los mineros turoneses iniciaron, entonces, una nueva etapa, crucial, plagada de sacrificios, en la que la realización de largas jornadas laborales, infladas de horas extraordinarias, era un deber inexcusable. Ello se entiende  si reflexionamos un poco sobre el trabajo del minero que nada tenía de  fácil: sin tener en cuenta su insalubridad, desde un principio ya manifestó esa otra vertiente arriesgada que tantas muertes  y mutilaciones ocasionó, como era el manejo de la dinamita y  la presencia inesperada del grisú. Página  lacerante   y heroica   la    que    escribieron aquellos obreros de los años cuarenta. El Valle estaba dando un gran ejemplo a  la patria, pues , en 1942, había mejorado la producción de 1935 en nada menos que ¡300.000 Tm¡  convirtiéndose  Hulleras  de  Turón en la segunda  empresa  minera       de  España . Otros  datos  posteriores avalan la importancia histórica  de esta tierra. Así, en    1958, salieron del Valle  un  millón  de Tm de hulla lavada  (810.000  correspondientes a Hulleras de Turón  y 190.000 a Minas de Figaredo). Ese mismo año, José Vitos, antiguo trabajador de “Vía Estrecha”, se convirtió en el primer español  que atravesó a nado el Canal de la Mancha, grabando para siempre el nombre de Turón en los anales de la  natación mundial. Por su parte,  el  Coro Minero fundado en  1950, obtuvo diez años más tarde, un clamoroso éxito en el Certamen de Habaneras de Torrevieja, lo que sirvió para demostrar a las claras que los modernos trovadores surgidos de esta tierra sabían algo más que picar carbón en un valle convertido en una auténtica factoría en la que se afanaban 8.000 trabajadores con una población que llegó a alcanzar los 20.000 habitantes en 1960.  A  partir de entonces, entramos en la fase postrera de nuestra historia: la huelga de 1962 que significó un punto de inflexión en la trayectoria reivindicativa del colectivo obrero, la gran  catástrofe del  grupo Santo Tomás, en 1967, donde perecieron 13  mineros, la desaparición de Hulleras de Turón el  uno de julio de  1968 por integración en la sociedad estatal HUNOSA  como “Grupo de Turón”, la galopante crisis del carbón y la clausura de los  últimos  centros de trabajo (pozo Santa Bárbara en 1995 y pozo Figaredo en 2007) que ponían cerrojo a siglo  y medio de minería. Luego vino la época  postminera pero esa es otra historia.

 

NOTA: Este artículo se ha realizado con fragmentos obtenidos de mis libros “Informaciones del Turón antiguo”, “Turón. Crónica de medio siglo (1930-1989) y “En busca del Turón perdido”.